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12_de_octubre_Dia_de_la_Resistencia_indigena.pdf
Por Felipe de J. Pérez Cruz*
La identidad nacional cubana está actualmente desconectada de su herencia aborigen. Esa realidad explica por qué no pocos compatriotas vean el tema de la lucha de los hermanos indígenas en América, como algo muy justo, pero lejano. Así la propuesta del movimiento indígena de conmemorar el 12 de octubre como Día de la Resistencia, Dignidad, Rebeldía y Lucha, no se ha generalizado en el país, a lo que se suma que aún hay espacios donde persiste el mito colonialista eurocéntrico “del descubrimiento realizado por el valeroso y tenaz Almirante Cristóbal Colón, el 12 de octubre de 1492”.
Es cierto que la ausencia de un núcleo poblacional indígena fuerte, en Cuba y el Caribe de hoy, limita una acción cultural y política sólida, encaminada a rescatar los aportes a la historia de los primeros descubridores de nuestro archipiélago, pero la dificultad principal está en que la memoria histórica en lo fundamental, se basa en la construcción -desde la época colonial- de una falsa conciencia que sustenta la extinción y desvalorización de la población indígena. Así la mayoría de los cubanos y cubanas no asumen sus antepasados indígenas, y perdemos la riqueza de incorporar toda la herencia cultural y cosmovisiva de no menos de siete mil años de historia.
Debemos explicarnos cómo y por qué lo mejor del pensamiento y liderazgo intelectual y revolucionario cubano, siempre se sintió parte del movimiento de resistencia de los pueblos originarios. Hora es de rescatar los valores del indigenismo revolucionario de José Martí, Julio Antonio Mella y Fidel Castro.
La presencia indígena
Las culturas indoamericanas fueron severamente diezmadas por la criminalidad que acompañó la conquista y colonización española. Según afirmaciones del padre Bartolomé de las Casas, el costo mortal de la conquista para los habitantes de Cuba, Jamaica, Borinquén y las Antillas Menores fue de 3 millones de vidas, y solo para Quisqueya, consideraba una pérdida similar [1]. Independientemente de errores en una u otra apreciación de cálculo, el balance es brutal: De veinte a treinta millones de muertos en toda la región! En lugar del “encuentro de culturas y civilizaciones” que se ha intentado sustentar, la conquista y colonización fue, como señala Steven Katzel, el peor desastre civilizatorio y demográfico conocido en la historia de la humanidad [2]. Pero a diferencia de lo que comúnmente se ha repetido, la población aborigen en Cuba no desapareció ni fue completamente exterminada.
La sociedad excluyente y la legalidad pigmentocrática y racista del colonialismo, que imponía como condición de movilidad y ascenso social la “limpieza de sangre”, determinó el “blanqueamiento” de numerosas familias de colonos, que tenían en su base materna lo indígena y sus descendientes, ya mestizados y transculturados, acompañaron la constitución de la sociedad criolla primero, y la formación de la nacionalidad después, para estar presentes en nuestro actual mosaico etno-sociológico.
No todo fue asimilación. Núcleos significativos de la población aborigen sobrevivieron hasta el siglo XIX, para constituirse en el grueso del primer campesinado cubano. Sus descendientes arribaron al siglo XX, con una presencia que fue documentada por científicos del calibre de Manuel Rivero de la Calle y Antonio Núñez Jiménez. Hoy están entre nosotros, abriendo como cubanos y cubanas el nuevo milenio de retos y confirmaciones. Los he visto y disfrutado en pueblos de leyenda y heroicidad como Jiguaní, Yateras o El Caney, están en el honrado hacer del campo, en los seres emancipados y cultos de la Revolución, entre maestros y médicos, constructores e ingenieros, en la sonrisa alegre de niños y niñas, trigueños, de cuerpos robustos y bellos, vivaces, felices, en cualquier pueblo o ciudad.
Los genuinos descubridores del archipiélago cubano, nos legaron saberes, conocimientos sobre plantas y modos de cultivarlas y utilizarlas, con distintas funciones de alimentación y salud, así como una rica mitología conservada en la memoria colectiva, en costumbres y hábitos de la vida cotidiana. Está la presencia aborigen en la toponimia, comida, artesanías, arquitectura, creencias, música, fiestas, y espiritualidad popular. Muchos cubanos y cubanas, independientemente del color de su piel, no saben que también tienen lo indígena incorporado en su idiosincrasia, gestualidad y genes.
Hombres y mujeres de combate
El nervio emancipador que rescata el Día de la Resistencia Indígena, nos compulsa a repensar y precisar nuestra común historia. El tema adquiere una connotación sumamente actual, cuando hemos comenzado a celebrar en Cuba los 500 años de fundación de las primeras siete villas. No se puede olvidar que estas poblaciones nacieron en medio de la operación militar de la conquista, sobre la ruina de los cacicatos aborígenes, diezmados por el secuestro de sus pobladores para el trabajo forzado en las llamadas encomiendas, sometidos a extensas jornadas –“mientras había luz”- en los lavaderos de oro, apaleados y torturados, vejados con la esclavización sexual de sus mujeres, flagelados por enfermedades mortales portadas por sus verdugos [3].
Los indígenas que habitaban Cuba, no fueron mansos ni se dejaron victimizar impunemente. En las encomiendas, en acto de rebeldía, no pocos optaron por el suicidio, se ahorcaban en grupos y con ellos a sus hijos. Muchos más optaron por enfrentar y combatir a aquellos demonios que habían asaltado sus vidas y sociedad. Estos hombres y mujeres iniciaron la tradición combativa de nuestro pueblo.
Cristóbal Colón arriba a nuestras costas al día 27 de octubre de 1492. Al mes de estar explorando la isla de Cuba - el 27 de Noviembre-, el Almirante invasor recoge en su diario el primer encontronazo con los habitantes, que intentaron, empuñando sus armas, impedir un desembarco por la hoy costa guantanamera. Como certeramente anotó Hortensia Pichardo, éste es el primer amago de resistencia de los indígenas en la Isla, y el primero que reporta Colón como cronista a su llegada a América [4]. Colón vuelve a encontrarse con indígenas en son de guerra el 3 de diciembre, pero en esta ocasión actúa con más inteligencia “por manera que todos se apaciguaron” [5].
En 1510, la primera batalla victoriosa de nuestros indígenas contra una tropa de invasores, dará desde entonces el nombre de la bahía y provincia de Matanzas. El cacique Yaguacayex (o Guayucayex), con la cooperación del cacique Habaguanex, trazó y ejecutó el plan de ataque contra los invasores [6]. Estos fueron nuestros primeros rebeldes.
Cuando en 1510, el teniente Diego Velázquez invadió Cuba, encontró la fuerte resistencia del cacique Hatuey. De Maisí y Baracoa a Bayamo, se extendieron los combates. El 2 de febrero 1512, el cacique quisqueyano fue juzgado como sacrílego y rebelde, y quemado vivo [7], tal como hacía la Iglesia Católica en la época, con los revolucionarios y hombres de ciencia y cultura europeos. Con Hatuey llegó a Cuba el concepto de cimarrón, de insubordinación y resistencia activa frente a los colonialistas. Desde entonces, los invasores nunca disfrutaron de paz [8].
Los indígenas afrontaron con espíritu rebelde la represión y el asesinato de la conquista y ocupación territorial, que sucedió al asesinato de Hatuey. Matanzas como la realizada en Caonao (probablemente en las inmediaciones de las actuales provincias de Camagüey y Ciego de Ávila), donde fueron acuchillados más de 2 mil hombres, mujeres y niños, con el único y bárbaro propósito de sembrar el terror, y paralizar la resistencia a los invasores, dejaron una memoria que mantuvo la constante hostilidad de los aborígenes. Luego de su fundación en 1515, Puerto Príncipe, la villa más cercana al trágico acontecimiento, fue objeto de sistemática hostilidad, ataca e incendiada.
El conocimiento sobre sus enemigos, costumbres y armamento, el saberlos hombres y mortales en lugar de demonios, hizo de la resistencia un hecho mucho más efectivo. A partir de 1520 en Cuba –y también en Quisqueya-, los documentos demuestran que los ataques de los aborígenes ganan en efectividad.
Entre 1522 y 1532 el cacique Guamá, también en el oriente cubano, dio una dura pelea contra los encomenderos que explotaban y asesinaban a sus hermanos. Los vecinos de las villas y los hacendados vivieron en constante sobresalto. Ya entre los combatientes de Guamá estaban los cimarrones negros, los primeros esclavos africanos emancipados por rebelión [9]. La resistencia a la conquista, como subraya el arqueólogo cubano José Jiménez Santander, fue la primera guerra que los habitantes de nuestro archipiélago enfrentaron contra la dominación colonial [10].
Diez años después de decretarse por el gobierno colonial en 1542, el fin de las encomiendas, aún los encomenderos en complicidad con la jerarquía de la Iglesia Católica en Cuba, se resistían a reconocer la libertad a los aborígenes. Entonces se les compulsó a vivir en pueblos de indios, con el incentivo de otorgarles algunas tierras realengas. Pero esta “paz” no impidió que en 1661 ante la escasez de esclavos, los vecinos de Santiago de Cuba, Bayamo y Puerto Príncipe, solicitaran al Rey hacer la guerra y esclavizar a los indígenas que se negaban a aproximarse a sus villas y se mantenían aislados en palenques, acompañados de negros esclavos fugitivos, petición que es satisfecha por el monarca.
Paradoja y reencuentro
Los terratenientes que dominaban los cabildos y la impartición de justicia, tratarían una y otra vez de arrebatar las tierras realengas otorgadas a los indígenas. El robo y la injusticia, pueden hallarse en los archivos que guardan los documentos más antiguos de la jurisdicción habanera de Guanabacoa. Esta situación se hizo crítica para los avecinados en San Luis de Los Caneyes, lo que los llevó a protagonizar en 1758 una rebelión [11]. La continua situación explosiva, hizo que el Rey Carlos IV interviniera en 1796 a favor de los indígenas de San Luis, en momentos en que se censuraba al protector de indios, por ser ese funcionario cómplice de los hacendados santiagueros.
Los conflictos con los terratenientes continúan [12] y la paradoja de ser el Rey quien “protegiera” a los indígenas del acoso de los terratenientes criollos, sin dudas estuvo en la base de las relaciones clientelares que se establecen entre los indígenas, algunos campesinos peninsulares -como el líder oriental realista Pedro Garrido-, y la Corona española, y que explica la alineación de los “indios” en el bando colonialista al iniciarse la contienda independentista. Este por demás, fue un fenómeno que también se produce en otras regiones de América Latina.
Recién, en la excelente entrega del serial histórico “Duaba: La Odisea del Honor”, muchos compatriotas conocieron de las unidades militares irregulares de indígenas organizadas por el mando español recién reiniciada la guerra de independencia en 1895, y la oposición que realizaron estos combatientes al General Antonio Maceo y a los expedicionarios que desembarcaron por Duaba. Pienso que merita un esfuerzo de divulgación histórica, de libros y artículos, de seguro que una obra audiovisual tan apasionante como la que nos han hecho llegar el MINCULT, las FAR y la Televisión Cubana, para que también se aprecie la continuidad de aquella historia.
Fue precisamente Antonio Maceo, con su certero sentido de la unidad nacional, quién se propuso recolocar a los indígenas frente a su propia historia. Consciente de la trascendencia más que militar, política, de la alineación junto a los españoles de los descendientes de los pueblos aborígenes, el jefe mambí pidió a varios de los insurgentes que mantenían relaciones con familias indígenas, trabajar en la incorporación de estos a las filas independentistas. Fue Cristina Pérez, una criolla casada con Ramón Ramírez, un cacique menor, la que logró convencer a quienes estaban luchando en el bando equivocado. El éxito de tan brillante operación política, de profundo contenido ético, se concretó en la formación del Regimiento Hatuey. Ya el 31 de agosto de 1895, un centenar de indígenas estaba incorporado al regimiento, y el valor y destreza militar de sus integrantes decide la batalla de Sao del Indio. Estos combatientes terminaron la contienda insurrecta y legaron la leyenda que hasta hoy habla de los "guapos de Yateras" [13].
Lo hispano
Conmemorar el Día de la Resistencia Indígena el 12 de octubre, no es un acto anti-español. Con la raíz étnica que se reconoce hispana, para identificar a los pueblos del actual Estado español, nos sentimos los cubanos y latinoamericanos íntimamente vinculados.
En medio milenio de colonia, de la Europa ibérica no solo llegaron los genocidas soldados de fortuna que masacraron y robaron a los pueblos originarios, y la plaga de comerciantes, jerarcas eclesiásticos, funcionarios monárquicos y burócratas ladrones que se enriquecieron con las relaciones colonialistas de explotación. También arribaron sujetos portadores de todo lo progresivo y laborioso que latía en los pueblos del Viejo Continente: intelectuales, maestros y artistas, hombres y mujeres de bien -no pocos sacerdotes y religiosas que como el padre Bartolomé de La Casas, dieron su aporte de entrega humanista y sabiduría-, campesinos y artesanos humildes, que hicieron de estas tierras su nuevo hogar, y con ello las convirtieron en el escenario de sus amores, pasiones, resistencias y luchas [14].
El encuentro de culturas se dio definitivamente en la sociedad colonial de los siglos XVI y XVII, en la relación profunda con la España humilde, trabajadora, culta y popular, con las civilizaciones, culturas y naturaleza indoamericanas, con los negros esclavos y demás migrantes. La latinoamericanidad vista desde lo indoamericano, lo afroamericano y lo hispano, integra las principales raíces que fundamentan nuestra identidad nacional y regional.
Frente a la España feudalizante, del egoísmo monárquico, frente al anti héroe del pillaje, siempre estuvo -latente una veces, explícita otras- la España antifeudal y antimonárquica: junto al héroe del trabajo honrado y la cultura, no faltaron los que, sin titubear, se incorporaron en el siglo XIX, a la causa de la independencia nacional.
Desde la ética y la ideología de la Revolución
La decodificación en clave de emancipación y dignificación humana, nos califica y cualifica el hacer y lo por hacer de la historiografía revolucionaria. De la mano de Martí procuremos privilegiar la historia real, y en vez de “descubrimiento” precisemos que se trató de una invasión. Que renunciemos a la neutralidad genérica del concepto viaje, y puntualicemos sobre las expediciones militares que organizó el Almirante invasor Cristóbal Colón. Así mismo debemos decodificar el mito fundador, y ratificar que no existió un “encuentro de civilizaciones y culturas”, sino un hecho de guerra de rapiña, de apropiación forzada y depredatoria del territorio y sus recursos naturales y humanos, que devino en genocidio y etnocidio.
Precisamente la afirmación sobre la extinción y/o desaparición de los aborígenes cubanos, y los apasionantes debates que sobre esta problemática se pueden sostener, tienen como incuestionable realidad histórica, la criminalidad genocida de los conquistadores europeos. También somos herederos de ese mundo colonial de injusticias y explotación que forjaron los hombres que simboliza el Almirante Cristóbal Colón. De lo que se trata es de saber a qué herencia renunciamos y cual reivindicamos.
Es necesario reconocer la impronta de las personalidades en la Historia, y para quienes trabajamos por un mundo mejor, resulta de particular interés estudiar el universo ético de los sujetos de y en la historia. Cristóbal Colón, sus capitanes y continuadores, fueron audaces e inteligentes soldados, líderes con la capacidad de fundar un nuevo orden de explotación colonialista en esta parte del planeta, que a su vez impactó y reconfiguró el mundo de entonces. En interés de ese orden desataron nuevas fuerzas productivas, fundaron villas, construyeron iglesias y conventos, importaron bienes y tecnología. Jugó un papel fundamental la ambición de victoria y riquezas que movía a aquellos hombres: Son los héroes de la acumulación originaria del capital, anti-héroes frente al humanismo y la dignificación humana.
Nuestros caciques e indígenas rebeldes, también fueron audaces e inteligentes soldados, líderes con capacidad de resistencia, que además de aprestarse a derrotar la tecnología y la experiencia militar de los invasores, tuvieron que vencer sus propios temores y limitaciones cosmovisivas, que si fueron malévolamente utilizadas por los europeos para aumentar su ventaja. Estos primeros rebeldes de América fueron héroes de los derechos humanos, de la emancipación.
Las interesantes polémicas acerca de la llegada por uno u otro puerto oriental, del Almirante invasor Cristóbal Colón, no puede dejar de significar para todos los implicados, que el 28 de octubre de 1492, marcó el acto militar de la ocupación del territorio poblado por nuestros antepasados aborígenes, y en tanto, de la imposición de la lógica egoísta del sistema de dominación del colonialismo europeo.
Con criterio político
El estado de la problemática historiográfica repercute directamente en decisiones concretas en política cultural, comunicacional y educacional.
Los Padres de la Patria se fueron a la manigua en 1868, enarbolando el recuerdo rebelde de Hatuey y, desde entonces, en Granma es tradición el recuerdo de honor, que ha quedado tangible en hermoso monumento. Hay que felicitar a los matanceros en su certeza de fijar en monumento y sobre todo en la memoria histórica local, la batalla de la bahía que recuerda la estirpe rebelde de sus antepasados indígenas. ¿Cuánto más nos falta? ¿Ahora en vísperas de la fundación de las primeras villas, hemos pensado en el nuevo monumento que merecen las víctimas del exterminio masivo del cacicato de Caonabo? ¿Dónde hacer el obelisco que recuerde esa primera resistencia del 27 de noviembre de 1492? Nuestros primeros rebeldes atacaron con éxito Baracoa, Puerto Príncipe, y otras villas españolas, ¿merecen estas acciones una tarja antes o durante los actos oficiales por los 500 años de fundación? ¿Se ha estudiado esta necesidad de expresión patria a escala de país?
¿Qué efeméride realmente merece que se destaque y honre, el día de protesta armada de noviembre, hasta ahora irrelevante en el universo comunicacional cubano, o el que se celebra generalmente para glorificar la llegada del conquistador? ¿Hasta cuándo el 2 de febrero 1512 y el recuerdo hermoso de Hatuey, va a ser solo un acto de historia local de los granmenses, que apenas merece unas pocas líneas de cobertura periodística?
Aún permanece en Cuba, dando su pelea de conservadurismo, el espíritu del Día de la Raza. Julio Antonio Mella hace 85 años, batió lanzas contra este espectro del colonialismo [15]. Ahora “la Raza” aparece metamorfoseada como “fiesta Iberoamericana”, pero la esencialidad de antaño se mantiene, con blasones y honores de conquista, y teatralidades que “reconstruyen” el momento primigenio del desembarco del Almirante invasor “de rodillas” en la tierra que acaba de posesionar como propiedad europea! ¿Por qué no celebrar en Cuba, con mucha alegría, la sobrevivencia y el renacer comprometido de nuestros pueblos originarios, y también la presencia irredenta de Afroamérica, de los cimarrones indígenas y negros, que se unieron en la resistencia y el amor a la libertad?
La actual realidad educativa cubana es de sostenida recuperación y avances, y la enseñanza de la Historia constituye uno de los carriles por donde afortunadamente transita el perfeccionamiento. Pero sobre el tema aborigen y el legado combativo de los indígenas, aún es muy débil la propuesta historiográfica escolar. Un hecho sumamente significativo, es que ningún programa de estudios, desde la enseñanza general hasta la universitaria, presenta a los estudiantes y al público cubano una sistematización histórica de la resistencia indígena a la conquista y ocupación.
La primera guerra colonial que se emprendió contra las comunidades aborígenes que poblaban Cuba, no se referencia como tal en nuestras escuelas y universidades. El sujeto de la historia es, en todos los casos, el conquistador español, y los hechos de armas de nuestros primeros rebeldes, a lo sumo se tratan minimizados y con una significativa inconexión.
Los estudios que sobre este tema se han realizado en el país, permanecen fuera del circuito masivo de distribución de la información científico-docente, y hoy solo constituyen rarezas bibliográficas en algunas bibliotecas. Hay propuestas muy serias del Instituto Cubano de Antropología, incluso premiadas como resultados de ciencia por la Academia de Ciencias de Cuba, que aún no se introducen.
La patria Nuestroamericana
Cuando reconstruimos el pasado, aprendemos de sus saberes, y nos autodefinimos como lo que somos, actuales herederos en este archipiélago de siete mil años de historia, realizamos un acto de universalidad, respeto e integración solidaria a esa parte-raíz de nuestro tiempo. Nos auto reconocemos en los esfuerzos revolucionarios que lideran los gobiernos de Venezuela, Bolivia, Ecuador, Nicaragua, por recuperar la historia y el espacio, la dignidad, los derechos y recursos, que les fueron arrebatados a los pueblos originarios que conforman y enriquecen la vida de estas naciones.
El conocimiento de la historia de los pueblos indoamericanos que poblaron nuestro archipiélago, también nos sitúa en condiciones para interactuar en la complejidad del momento que vivimos, libres de visiones edulcoradas y facilismos. Entendemos por qué, con frecuencia, la imagen que muchos indígenas tienen de sí mismos es de impotencia, miseria y abandono, lo que produce marginalidad, deterioro social y hostilidad. Comprendemos cómo tras quinientos años de opresión económica y enajenación ideológico-cultural, no está libre el mundo indoamericano actual, de peligros de mayor desestructuración, de arcaísmo y fundamentalismos, de las relaciones clientelares y el acecho de la demagogia y la manipulación política, de la presión del mercado y la ideología burguesa y egoísta hegemónica.
Veamos el Día de la Resistencia implicados en el cambio progresivo de los pueblos y sus circunstancias, en la historia que forjaron nuestros maestros internacionalistas junto a los misquitos, a fines del pasado siglo, en época de la asediada Revolución Sandinista, epopeya de alfabetización, ciencia, cultura y salud, recuperada hoy con nuevos educadores y médicos que trabajan junto a los hermanos nicaragüenses, que se ha multiplicado con la Alianza Bolivariana para las Américas-Tratado de Comercio de los Pueblos (ALBA-TCP), en las selvas y sabanas de la República Bolivariana de Venezuela, y los andes ecuatorianos y bolivianos, que llega a otros muchas comunidades aborígenes de Centro y Suramérica, y recién se abre a la Amazonía brasileña.
*Doctor en Ciencias Pedagógicas. Profesor e investigador. Presidente en La Habana, de la Unión Nacional de Historiadores de Cuba (UNHIC).
Notas
[1] Hidefuji Someda: Apología e historia: estudios sobre fray Bartolomé de las Casas. Fondo Editorial PUCP, Lima, 2005, p 61-62.
[2] Ver: Steven Katz: The Holocaust in Historical Context, (2 vols.), Nueva York, Oxford Universtity Press, 2003.
[3] Así lo describe el padre Bartolomé de las Casas, un testigo excepcional. Ver: Bartolomé de las Casas: Historia de las Indias, Fondo de Cultura Económica. México. 1951, tomo III, p. 326
[4] Hortensia Pichardo: El descubrimiento de Cuba. Relación del primer viaje de Cristóbal Colón, Documentos para la Historia de Cuba, Tomo I, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1971, p 23.
[5] Iden Ant., p 27.
[6] Bartolomé de las Casas: Historia de las Indias, Fondo de Cultura Económica. México. 1951, Tomo. IV, p. 31
[7] Ver: César Rodríguez Expósito: Hatuey. El primer libertador de Cuba, Editorial Cubanicen, La Habana, 1944.
[8] Ver: Osvaldo Morales Patiño: La rebeldía de los indocubanos, La Habana, 1946; Jorge Ibarra: “Las grandes sublevaciones Indias dese 1520 hasta 1540 y la abolición de las encomiendas”, en Aproximaciones a Clío, Editorial de Ciencias Sociales, Ciudad de La Habana, 1979; Felipe de J. Pérez Cruz: Los primeros rebeldes de América, La Habana, 1988
[9] Ver: Juan Jiménez Pastrana: Guamá, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1985
[10] Ver: José Jiménez Santander: La guerra omitida. La guerra digna, Instituto Cubano de Antropología, La Habana, 2012 (inédito)
[11] Olga Portuondo: “Una sublevación de indios en 1758”, en revista de la Biblioteca Nacional José Martí. La Habana, No 1, enero-abril, 1981, p. 199-204.
[12] Juan Manuel Reyes Cardero: “La inserción del aborigen en la sociedad colonial santiaguera: el caso del pueblo indio de San Luis de los Caneyes”, en Ciencia en su PC, Revista electrónica editada por MEGACEN, Centro de Información y Gestión Tecnológica de Santiago de Cuba. Cuba, Santiago de Cuba, No 1, 2009, http://cienciapc.idict.cu/ index.php/cienciapc/article/ view/28/92.
[13] Miguel Lozano: “Regimiento Hatuey: aporte indígena a la independencia cubana”, en Prensa Latina, marzo 23, 2011, http://martianos.ning.com/ favicon.ico
[14] Rosario Márquez Macías: La emigración española a América, 1765-1824. Universidad de Oviedo, Oviedo, 1995.
[15] Julio Antonio Mella: La fiesta de la raza, en Mella. Documentos y artículos, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, p 459-460.
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