Por Ricardo Alarcón de Quesada
La suya fue una obra comprometida con la libertad de su pueblo y la solidaridad. Su genio literario inspiró la lucha contra el racismo en todo el mundo. Tres de sus libros y su antología de poetas negros sudafricanos fueron prohibidos por el régimen de Pretoria, al que se opuso valerosamente como militante de toda la vida del Congreso Nacional Africano (ANC) para el que trabajó activamente cumpliendo las más diversas, y muchas veces riesgosas, tareas en la resistencia clandestina. Ella fue una de las primeras personas que Nelson Mandela pidió encontrar cuando salió de su larga prisión en 1990.
Fue también una leal amiga de Cuba. Nunca dejó de condenar el bloqueo y la hostilidad norteamericana pero, sobre todo, mantuvo siempre una consecuente, eficaz y resuelta brega por la liberación de los Cinco cubanos antiterroristas.
Logró que el New York Times le publicase una declaración en 2007 denunciando la injusticia cometida con nuestros hermanos. En 2009 suscribió con otros Premios Nobel una petición a la Corte Suprema de Estados Unidos instándola a revisar el caso. Escribió en 2010 una abarcadora, lúcida, insuperable, argumentación sobre este caso. Cada vez que conversamos en Johannesburgo o en La Habana, o a la distancia, sólo preguntaba qué más podía hacer por una causa que hizo suya y a la que dedicó todo el amor que fue capaz de dar.
Es difícil decir adiós a quien el poeta irlandés Seamus Heaney llamó “guerrillera de la imaginación”. Porque Nadine será siempre la primavera.
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