Por Hernando Calvo Ospina*/Foto Virgilio Ponce -Martianos-Hermes-Cubainformac ión.- Aunque estaban juntos, a la primera que abracé fue a Olga. “¡Es sensacional encontrarte en una situación totalmente diferente!”, le expresé emocionado. Otras veces habíamos compartido tribunas, en Europa y Cuba. Ella, siempre denunciando la situación de los Cinco antiterroristas cubanos encarcelados en Estados Unidos.
Luego encontré los brazos de este hombre alto, acuerpado, de barba mediana y casi blanca, llamado René González, el esposo de Olga, y el primero de los Cinco en ser liberado. Desde que me habían hecho la invitación “a comer algo” con algunos miembros de su familia y unas pocas amistades, pensaba y pensaba cómo iba a saludarlo.
Nos sentamos en un amplio balcón que recibía el viento que intentaba refrescar el tremendo calor que por julio asalta La Habana. Quedé frente a él, con nuestras rodillas no tan alejadas. Me ofreció agua fresca, y para hacerlo soltó la mano de Olga. Fue de las pocas veces que se desprendió de ella. Ellos no se dejaban. Fue su madre, Irma, quien me propuso la alternativa de un refresco. Su hermana Sara ofreció un ron. El agua estaba bien por el momento.
Yo no venía para hacerle una entrevista, pero tampoco me creí capaz de inventar la primera pregunta original que abriera el diálogo. Por eso me dirigí a Olga para, tontamente, preguntarle: “¿Cómo te sientes?”. Y recibí la respuesta más lógica de unos ojos brillantes aunque con vetas de cansancio: “¡Feliz!”
René y otros cuatro cubanos fueron detenidos en Miami el 12 de septiembre de 1998 acusados de espionaje. René fue sentenciado a 15 años de prisión, y dejado en libertad condicional en octubre 2011, después de pasar doce “a la sombra”. Una amiga solidaria le facilitó una casa en un elegante sector de Miami, pero rápidamente se convirtió en una “cárcel dorada”, como él mismo la describe. Prácticamente vivía en la clandestinidad; debía cuidar que no se le ubicara, pues su vida correría peligro. Y es que residía en la misma ciudad donde reinan los grupos terroristas que él había infiltrado y denunciado, protegidos por la CIA y otros organismos estadounidenses.
El año pasado se le permitió visitar a su hermano enfermo. Hacia 23 años que no tocaba suelo cubano. También fue la oportunidad para rencontrase con Olga. Ella, por seguridad, había regresado a Cuba con las dos hijas, y Washington nunca quiso darle visa para visitarlo.
El 12 de abril de este año se le permitió viajar de nuevo a Cuba para asistir al entierro de su padre. Aprovechando esta oportunidad, de nuevo se le pide a la jueza estadounidense que permita a René terminar de pagar el año y medio de libertad condicional en Cuba. Y más: se le propone que René se presente a la Sección de Intereses de Estados Unidos en La Habana, SINA, para que entregue su pasaporte y renuncie a la nacionalidad que adquirió por nacimiento. La jueza quedó sin excusas y tuvo que aceptarlo el 3 de mayo.
El “Héroe de la República de Cuba”, como fue distinguido el 6 de julio por el Parlamento cubano, junto a sus otros cuatro compañeros, no logra describir lo que es estar en Cuba. Su hija menor creció mientras él estaba en la cárcel, “y tuve la suerte, y desgraciadamente fue debido a la muerte de mi padre, de que pude estar en sus quince años.”
Luego de comer un trozo de tamal nos comenta: “He ido a lugares tan inhóspitos, donde apenas hay una radio y la gente sabe de nosotros. Pienso que esto no lo merezco, pues yo sé que existen otros cubanos que han hecho muchos méritos para este reconocimiento.”
Cuando estoy tratando de encontrar la pregunta original, alguien me pide que le cuente a René “lo del avión”, y mi inclusión, por el Departamento de Estado, en la “No fly list”[1], o lista de presuntos “terroristas”. Aunque él ya sabía algo, pone cara de incrédulo. También se interesa por los motivos que el gobierno francés tuvo para negarme la nacionalidad [2].
Después de escuchar mis relatos dice, a manera de reflexión, que teme por el futuro de Estados Unidos. Afirma que a su interior existen muchos tipos de violencia radicales, mientras su gobierno anda buscando fantasmas terroristas por el mundo. Estamos de acuerdo. René está al tanto de la política exterior estadounidense, europea y del mundo. Aunque era de imaginarlo, me sorprende. Escucha con atención cuando un amigo embajador hace un análisis de la situación de conflictos en África, particularmente en Mali y Libia. El que varios países europeos le hayan negado el paso al avión del presidente Evo Morales lo tiene atónito.
Ya es hora de cenar. Cada quien deberá servirse y venir a comer en la terraza, plato en mano. La pareja se disculpa por no quedarse a saborear el potaje de frijol negro, pero deben ir al hospital a visitar a una familiar. De salida, su madre lo abraza con el cariño inmenso que sobrepasa al valor de un hijo amado.
Desde el balcón de ese primer piso observamos a la pareja. Ella nos vuelve a decir adiós. René, luego de abrir el auto que él mismo conducirá, nos mira, levanta el brazo con el puño cerrado y deja escapar una serena y segura sonrisa. Así le respondemos.
Viendo el auto que se pierde al fondo de la calle, pienso en Gerardo Hernández y en sus dos cadenas perpetuas más quince años. Recordando las manos entrelazadas de René y Olga, me llega la imagen de Adriana Pérez, su esposa, a quien le niegan la visa para ir a visitarlo.
Notas:
*Hernando Calvo Ospina, escritor-periodista colombiano residente en Francia.
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