8 enero 2015
Los días van pasando. Las fiestas también. Ya nos fuimos este lunes al trabajo y a las escuelas, con más entusiasmo y alegría que nunca. El 2015 está de rápida arrancada y promete ser un año de grandes acontecimientos, porque el mundo sigue más de cabeza, y la ley de gravedad de la historia y de los seres humanos ya está haciendo y hará lo suyo inexorablemente. Pero seamos optimistas: los milagros sí existen… O los hacemos nosotros.
Los cubanos tuvimos un fin de 2014 tan positivamente sorprendente, que todavía cuesta trabajo creer que los Cinco, ¡todos! ya duermen en casa, y que cantaron a coro El Neciocon Silvio en una esquina del Latinoamericano; que vimos a Raúl anunciar el restablecimiento de las relaciones diplomáticas con los Estados Unidos; y a un Obama casi sonriente, junto a un John Kerry seriamente reflexivo, reconocer a dúo la necesidad del cambio de política hacia Cuba. Que conste que sólo después descorchamos las botellas.
Y uno piensa que la alegría es algo que no debiera explicarse. Restituir los vínculos oficiales con el Gobierno norteamericano fue, claro está, una excelente noticia para todo el mundo. Después de medio siglo de terca y heroica resistencia por parte de nuestro pueblo, el acercamiento diplomático o de cualquier otro tipo con los Estados Unidos era, más que un anhelo, la convicción de que más temprano que tarde debía enmendarse tamaña injusticia.
La voluntad política de ambos gobiernos está dicha desde entonces. Pero no será, y no está siendo ya, un camino expedito para las actuales autoridades norteamericanas. Los días, los meses y ¿los años? subsiguientes dirán la última palabra.
Sin embargo, y si de inmensa alegría lloramos y reímos los cubanos, con la sensación de placidez que produce cuando te quitan un inmenso peso de encima, fue por el regreso de los tres hermanos, que completaba el fin de la agonía de los Cinco y de todo este pueblo que no los concebía en prisión ni por un mes y mucho menos por 16 demasiados largos años.
Para la mayoría de nosotros ese era el mayor milagro y el gran gozo que hemos y seguiremos festejando, porque constituye también la confirmación, una vez más, del inmenso poder de las ideas, aún desde el fondo de cinco celdas.
“Estamos viviendo horas tremendas”, me comentó el día siguiente a aquel 17 interminable uno de esos hombres que atesora en sí mismo la virtud de ser exquisito intelectual, dirigente de alto nivel y puro jodedor cubano, una mezcla necesarísima en estos tiempos. Lo vi eufórico, luego, en el concierto de Silvio con los Cinco, y comprendí aún mejor sus palabras.
Los milagros sí existen y son lo más normal del mundo. Por eso cada vez que vemos a uno de los Cinco decir y hacer algo notoriamente cubano, jocoso y natural, volvemos a reír y a secarnos las lágrimas de la emoción. “¡Coño, nunca había llorado tanto, ni tan seguido, yo que me pasé la vida diciéndole a mi hijo que los hombres no lloran”, me decía también por aquellos días uno de esos buenos amigos que irradian alegría por los cuatro costados, otro criollo cien por ciento, que aún en los momentos más difíciles (que a veces vienen demasiado seguidos) siempre le saca lasca a lo adverso y te pone a reír de tu propia (o de su propia) fatalidad.
El nacimiento de Gema, la hija tan esperada y concebida por “control remoto” de Gerardo y Adriana se inscribe, desde este 6 de enero de 2015 como otro prodigio, no tanto de los viejos Melchor, Gaspar y Baltasar, como de la amistad y la solidaridad del pueblo norteamericano con Cuba, y de la labor muchas veces anónima de nuestra medicina revolucionaria, que no por gusto repite este año el 4,2 por mil nacido vivos del pasado año, una de las tasas mortalidad infantil más bajas del mundo.
Ver a Fernando ya trabajando como vicepresidente del Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos, es otra de esas maravillas que alegran los corazones de quienes sabemos que lo hará bien, porque es un hombre bueno, y será el mejor regalo para los amigos de Cuba, que, sin pedir nada a cambio, tanto hicieron por su regreso y el de sus cuatro hermanos de lucha.
Tienen razón quienes comentan que Los Cinco, tan cubanísimos y jocosamente ocurrentes, como los hemos visto en cada tribuna o calle donde se han parado, recuerdan a ese otro héroe criollo y bromista sin par, el legendario comandante del sombrero alón y la sonrisa eterna. Sin el humor que nos permite reírnos hasta de nosotros mismos, no hubiésemos sido nunca el pueblo libre y soberano que hoy somos. ¡Gracias a los Camilos de todos los tiempos! ¡Gracias a los muertos y a los héroes vivos de nuestra felicidad!
En este enero de victorias escuché por ahí, de buena tinta, que una persona también muy querida en nuestro país llamó por teléfono a Gerardo, pocos minutos después de su llegada, y aquel le salió con una de sus bromas: “Hermano, todavía huelo a celda”. A lo que ese otro excelente exponente de la cultura y la política cubanas (que no me deja decir su nombre) le respondió algo así como: ¡Compadre, conserva y traslada ese humor y esa frescura tuya a cualquier nueva tarea que te den, que Cuba lo necesita tanto como tu heroísmo”.
Los días van pasando demasiado rápido, y todos seguimos pensando en Fidel y aquel “¡Volveran!” que no fue profecía, sino profunda convicción. Hoy, cuando su pueblo enérgico y viril ríe y canta con lágrimas en los ojos, es porque vive una inmensa emoción y una alegría largamente luchada, que a él le pertenece por derecho propio.
Es difícil explicarla, y tal vez nadie lo hizo mejor que el poeta y escritor uruguayo Mario Benedetti, que por varios años vivió en Cuba después de salir de presidio y verse obligado al destierro. Él escribió por aquellos día de 1983 su cuaderno “Canciones del desexilio”. Años más tarde el cantante argentino Juan Carlos Baglietto musicalizó e hizo famoso uno de aquellos bellos poemas, que luego en Cuba nos los cantó mil veces emocionada esa gorda querida, jodedora y cubanísima, que responde al nombre de Sara González.
Aquí van algunos fragmentos que parecen escritos para cantarse en estos días, porque Mario y Sara (que tanto hizo también por la causa de los Cinco), dondequiera que anden, de seguro están cantando y festejando con nosotros.
(…)
Si los nuestros quedaron sin abrazo,
la patria casi muerta de tristeza,
y el corazón del hombre se hizo añicos
antes de que estallara la vergüenza
Usted preguntará por qué cantamos…
Cantamos porque el río está sonando,
y cuando el río suena suena el río.
Cantamos porque el cruel no tiene nombre
y en cambio tiene nombre su destino.
Cantamos porque el niño y porque todo
y porque algún futuro y porque el pueblo.
Cantamos porque los sobrevivientes
y nuestros muertos quieren que cantemos.
Si fuimos lejos como un horizonte,
si aquí quedaron árboles y cielo,
si cada noche siempre era una ausencia
y cada despertar un desencuentro
Usted preguntará por qué cantamos…
Cantamos porque llueve sobre el surco
y somos militantes de la Vida
y porque no podemos, ni queremos
dejar que la canción se haga cenizas.
Cantamos porque el grito no es bastante
y no es bastante el llanto, ni la bronca.
(…)
Cantamos porque el Sol nos reconoce
y porque el campo huele a primavera
y porque en este tallo, en aquel fruto
cada pregunta tiene su respuesta…
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