Texto leído en la Sesión Especial de la Unión Nacional de Historiadores de Cuba
La Habana, 18 de mayo de 2013
Ricardo Alarcón de Quesada
Esta noche el Ballet Nacional de Cuba llevará a cabo una función especial en solidaridad con los Cinco. Será una manifestación más del compromiso de Alicia Alonso con una causa que es y debe ser asumida como propia por todos los cubanos. Pero también será un ejemplo porque sólo lograremos vencer en esta batalla si somos capaces de librarla con creatividad, aportando cada uno lo que cada cual pueda aportar.
Cada institución de nuestra sociedad civil, cada uno de nosotros, debe plantearse qué debe y puede hacer para alcanzar la liberación de nuestros compañeros y además debe precisar cómo hacerlo y definir los mejores métodos y las acciones más eficaces.
Permítanme hacer algunas reflexiones con el ruego que las tomen en cuenta a la hora de aplicar la resolución aprobada por la Unión de Historiadores en su reciente Congreso Nacional.
La memoria de los pueblos es terreno donde se libra una batalla decisiva en el mundo contemporáneo. A ella dedica el Imperio colosales recursos financieros y materiales, incluyendo los de tecnologías que transforman a increíble velocidad la comunicación entre las personas.
Hace medio siglo, cuando la mayoría de esas nuevas tecnologías eran aún desconocidas, Zbigniew Brzezinski anticipaba que tendrían por función “manipular los sentimientos y controlar la razón”. Mucho antes C. Wright Mills había denunciado la “robotización” del ser humano víctima de la banalidad embrutecedora de los grandes medios de comunicación.
En el contexto de ese fenómeno de alcance universal, la lucha de Cuba por su independencia y, como parte de ella, la batalla por los Cinco adquiere una complejidad adicional que exige rigor en el pensar y verdadero compromiso en la conducta.
El terrorismo promovido por Washington contra Cuba y su pueblo comenzó en 1959 antes que ustedes fueran historiadores, antes que hubieran nacido la mayoría de los aquí presentes y nunca dejó de existir a lo largo de más de cincuenta años. Fueron sus víctimas muchos cubanos, en nuestros campos y ciudades, en la Capital y en remotos rincones del país, pero también lo fueron nuestros pescadores y marinos en alta mar, y los tripulantes y pasajeros de nuestros aviones cerca y lejos de la Isla, y los diplomáticos y otros representantes de Cuba en el exterior. En los años 90 del pasado siglo hubo una serie de actos y atentados terroristas asociados a la actividad turística porque en esos momentos, en la peor etapa del período especial, el turismo internacional pasó a ser un instrumento clave de nuestra economía.
¿Por qué detuvieron a los Cinco? Porque, debido a factores y circunstancias que no habría tiempo para analizar ahora, existió entonces la posibilidad de que las autoridades norteamericanas hubieran sido capaces de actuar contra los criminales.
¿Cuál es el sentido principal del proceso llevado a cabo contra nuestros compañeros? La respuesta es muy sencilla y a la vez tiene una importancia vital para las cubanas y cubanos, para todos, incluyendo los que aún están por nacer: el gobierno de Estados Unidos decidió colocarse, abierta y formalmente del lado de los terroristas, protegerlos y defenderlos a contrapelo del Derecho Internacional y de lo que dicen sus propias leyes.
No exagero un ápice. Lo que acabo de afirmar lo dijo el gobierno de Estados Unidos en la acusación oficial que presentó contra los Cinco, lo reiteró la Fiscalía desde el primer día y lo repitió hasta el final del juicio, lo expresó con claridad la propia jueza al dictar las injustas e irracionales sentencias. Todo está escrito en documentos oficiales, y puede ser leído por quien visite el sitio de la Corte federal del Distrito Sur de la Florida y busque el caso titulado “Estados Unidos contra Gerardo Hernández y otros”, algo que seguramente harán historiadores futuros.
Pero ¿cuántos norteamericanos lo saben? Las personas comunes y corrientes se enteran de lo que sucede dentro de la sala de un tribunal por lo que al respecto digan la prensa escrita, radial y televisiva. Basta entonces con controlar esos medios, asegurarse que sólo dirán lo que el Gobierno quiera, para garantizar las peores condenas determinadas ya de antemano.
Para colmo en este caso los medios han sido instrumentos decisivos para castigar a nuestros compañeros. Por una parte han impuesto la más férrea censura para entorpecer y debilitar un movimiento de solidaridad que sólo crecerá y será poderoso cuando el caso sea conocido por muchos millones de personas en Estados Unidos. Por otra parte los medios locales de Miami, pagados y dirigidos por el Gobierno, crearon un ambiente de violencia y odio para garantizar las condenas y las más desmesuradas sentencias. Este es un aspecto fundamental de las apelaciones extraordinarias sobre las que la Corte de Miami debe pronunciarse en cualquier momento, tema este que apenas reflejan los medios de prensa independientemente de sus características u orientación. Debo ser franco. No me refiero sólo a los medios del enemigo. Este tema tampoco ocupa el espacio que debería tener en otros que se consideran progresistas.
Gerardo, Ramón, Antonio, Fernando y René sacrificaron sus vidas por los demás, son un ejemplo de altruismo insuperable que forjaron aquí, en nuestra sociedad. Sus historias y las de sus familias pueden y deben ser fuente de inspiración en la formación de nuestros niños y jóvenes si somos capaces de transmitirlas con frescura y naturalidad evadiendo la rutina y el formalismo.
Pero ¿qué hacer para cumplir cabalmente con el último párrafo de la Declaración aprobada en abril? ¿Cómo llegarles a los colegas y amigos dentro de la sociedad norteamericana?
Esa es la tarea clave, la más urgente y requiere acciones eficaces, para explicar, convencer y sumar a otros todos los días. Ese es el desafío que debemos encarar con un trabajo sistemático al que nos convoca una obligación moral ineludible. Un trabajo de cuyos resultados no podremos sentirnos satisfechos hasta que todos ellos, los Cinco, sin que falte uno solo, estén completamente libres, en Cuba. La solución está en las manos del Presidente Obama quien puede y debe ponerlos en libertad inmediatamente y sin condiciones, a los Cinco, sin excluir a ninguno. Para conseguir tal cosa es indispensable que se lo pidan muchos millones de personas en Estados Unidos y para llegar a esas personas, persuadirlas y motivarlas, los intelectuales cubanos tienen una responsabilidad muy grande. Asumámosla. Y al concluir cada tarea respondamos la pregunta que, no lejos de aquí, repiten los niños de la Colmenita: “¿Y ahora qué más podemos hacer?”
Texto leído en la Sesión Especial de la Unión Nacional de Historiadores de Cuba
La Habana, 18 de mayo de 2013
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