“Solidaridad, no es dar lo que a ti te sobra, sino dar lo que otro pueblo necesita, aún a costa de ti mismo”.
por Carlos Aznárez
(en la provincia de Córdoba)
Aleida Guevara March es médica pediatra, luchadora incansable, internacionalista que ha aportado sus conocimientos y su rebeldía ante la injusticia en varios países del Tercer Mundo. Una mujer cubana que combina una constante reafirmación de principios revolucionarios con la ternura, que atesora como señal de familia. Todo eso es Aleidita, y además, por si esto fuera poco, el mundo la conoce como la hija del Che Guevara.
Aleida es implacable con los enemigos de su pueblo, con aquellos que le impusieron un bloqueo criminal que ya dura casi 55 años, pero también tiene otras virtudes, como el uso de su propia voz no sólo para dar conferencias o mitines, sino para cantar sones cubanos, tonadas chilenas y hasta tangos argentinos. En ese aspecto no muy conocido de su vida, recuerda con picardía, cómo en una ocasión terminó una exposición de defensa de Cuba y los 5 héroes, en el Parlamento británico, cantando un tema emblemático de la Revolución: “Fusil contra fusil”.
Con Aleida conversamos a fondo, en la sede del “Centro Oftalmológico Doctor Ernesto Guevara”, en la ciudad de Córdoba, donde la Fundación “Un mundo mejor es posible” (con médicos cubanos y argentinos) llevan adelante desde 2009 la Operación Milagro, destinada a devolver la vista a miles de ciudadanos y ciudadanas de escasos recursos. El Centro funciona dentro de la Clínica Junín, recuperada por sus trabajadores y trabajadores. Un marco ideal para hablar con una mujer aguerrida que ha hecho de la solidaridad una bandera de lucha.
Aleida Guevara, en la entrevista con Resumen Latinoamericano.
-Hace 50 años, en mayo de 1963, partía para Argelia la primera brigada médica cubana e inauguraba así un derrotero que se ha ido acrecentando año a año y aún continúa. ¿Qué significado le da a esta idea de enviar médicos cubanos a distintas partes del mundo, y cómo surgen estas Brigadas?
-Antes que nada, decir que al surgir el proceso revolucionario del 1 de enero de 1959, cambia la vida de los cubanos en muchos aspectos. Desde el comienzo, la Revolución se da cuenta de la necesidad de ser solidaria con muchos países y otras gentes del mundo. Cuba estaba aislada, sufríamos la presión de Estados Unidos y el bloqueo, y es por ello que tomamos conciencia que la única manera de romper esa política agresiva era precisamente la solidaridad internacionalista.
En los primeros años de la Revolución, Cuba se queda con muy pocos médicos: la mitad de los profesionales de la salud emigran para los EEUU, debido a la campaña de propaganda y el veneno que se utiliza en estos casos cuando un país empieza a liberarse. Coincidentemente con eso, se abre la Universidad cubana con amplitud, para que todos los que quisieran estudiar Medicina pudieran hacerlo.
En 1963 tenemos un grupo pequeñito de médicos, y justo coincide con el triunfo de la Revolución argelina. Desde el primer momento, en Cuba, se desarrolla una gran admiración hacia ese proceso revolucionario y nos damos cuenta que necesitan de apoyo. Porque una vez que allí triunfó la Revolución, los franceses se fueron, llevándose consigo a todos los profesionales, que eran de esa nacionalidad. De manera que a partir de ese momento existía una necesidad inmediata de apoyo en Salud.
Es así como el Gobierno cubano se conecta con el de Argel y ofrece la ayuda. Pienso que es de esta forma, en que nos damos cuenta qué significa la solidaridad. No dar lo que a ti te sobra, sino dar lo que otro pueblo necesita, aún a costa de ti mismo.
Ese es un principio rector de la Revolución Cubana.
Brigada médica de los Servicios Médicos de las Fuerzas Armadas Revolucionarias cubanas que viajó a Argelia
-¿Cuántos médicos fueron entonces a Argelia?
-Fue una brigada pequeñita, de unos 50 personas. Este caso se relaciona también con mi padre, ya que él tiene que viajar para verse con el Presidente, y pide reunirse con nuestros médicos.
Uno de los recuerdos más importante de los compañeros que aún viven y que estuvieron en esa misión, es la conversación que mantuvieron con el Che.
-Después de eso se abre una sucesión de experiencias parecidas en otros países…
-Sí, demoramos un tiempo en hacerlo más masivo porque de verdad no teníamos tantos médicos, pero después Cuba comienza a prestar apoyo, con pequeños contingentes, a países que sufrieron distintos desastres naturales. Recién en los años 80 comienzan a moverse Brigadas más numerosas. Allí es cuando comenzamos a tener más cantidad de personas fuera del país actuando como médicos. Nicaragua fue el detonante, porque es la Revolución más cercana a nosotros en ese momento, y necesitaba de personal médico.
-¿Allí le tocó ir a usted?
-Así es. Yo era, todavía, estudiante del último año de la carrera, tenía 22 años, y como no había suficientes médicos para enviar, Fidel se reúne con nosotros y nos explica la necesidad de viajar hacia allí. Entonces nos pregunta quién quería hacer su último año de la carrera en Nicaragua. Un montón de muchachos levantaron sus manos, entre ellas yo, y me tocó ir en la segunda camada.
Una reciente brigada médica a Nicaragua
-¿Cómo fue esa experiencia?
-Fue extraordinaria y me marcó para toda la vida. Viví momentos muy duros y también de los buenos. Fíjate que en Cuba hay diferentes religiosidades y una gran libertad de culto, pero no es un país eminentemente católico. Entonces, siempre que sale una misión solidaria, Cuba es muy respetuosa en no interferir en los problemas internas del país al que se concurre. Nosotros vamos a ayudar, y por lo tanto ni siquiera tenemos el derecho de opinar, porque no nos corresponde. Por eso, antes de partir, nos aclararon muy bien que no teníamos que hacer comentarios con cosas que pasen en el otro país, nos gusten o no, hay que respetarlos. En segundo lugar, tener mucho cuidado con las cosas que decimos, ya que a veces en Cuba tenemos expresiones muy fuertes, que a los nicas les podían disgustar, puesto que son profundamente católicos.
Por supuesto, a mi me pasaron cualquier cantidad de cuestiones. Un día, estoy en un salón de operaciones y me molesté mucho. Había dos cirujanos que realmente no estaban bien preparados, y yo salí muy molesta. Me senté en una mesa, ofuscada, y dije en voz baja: “Me cago en Dios”. Apenas hice esa expresión, se mueve la mesa, y le digo al cirujano que tenía al lado, que por favor no la mueva ya que yo estaba muy ofuscada. Él me contesta: “no fui yo, fue la tierra”. Yo no sabía que en Nicaragua había temblores cada cinco minutos. Fue una casualidad tremenda, pero desde entonces tuve más cuidado a la hora de hablar.
Aleida Guevara entre su "tío" Fidel y su papá, el Comandante Heroico
-¿A pesar del momento difícil que se vivía allí, pudo recoger enseñanzas que le sirvieron a futuro?
-Nicaragua nos permitió hacernos mejores seres humanos. Además, muchos, por primera vez salíamos de Cuba, éramos muy jóvenes y de pronto vimos cosas tan diferentes a nuestra realidad, que nos hizo tener más conciencia del privilegio que tenemos por ser cubanos. Fue muy bueno para los jóvenes que estábamos allí, poder comprobar la grandeza de nuestra Revolución. Por eso, lo considero un período de maduración tremendo.
-Usted también estuvo participando como médica en Angola.
-Sí, en una Angola en guerra. Cuba no solamente mandó tropas, porque ellos lo pidieron, sino que envió también maestros y médicos. A nosotros nos tocó estar en lugares donde habitualmente había tropas cubanas, pero en el caso mío, que era pediatra, estaba en la Capital, en un hospital pediátrico que luego se llamó “Josina Machel” (N.de R.: por la heroína mozambiqueña). todavía Aún hoy, cuando recuerdo ciertas cosas de Angola me conmuevo mucho. Yo pensaba que Nicaragua me había marcado, pero lo de Angola fue tremendo. Darte cuenta cómo la colonización intentó acabar con esos pueblos y sus culturas. De qué forma hizo que personas con inteligencia normal, se sintieran inferiores como seres humanos.
Hay una anécdota que me pasa a mí en el Hospital, donde una señora me pide ayuda para abrir una lata de sardinas. La lata tenía la llavecita puesta y era muy fácil abrirla, pero ella no sabía hacerlo. Entonces yo se la abro y se la doy, la mujer no quería comer hasta que no lo hiciera yo primero. Entonces tomé la lata de carne soviética que traíamos nosotros, la abrí y le dije: “yo como de la suya y usted de la mía”. Me miró sorprendida, pero después hizo lo que yo le decía y comimos juntas.
-Sin embargo, a pesar de las dificultades de integración, el pueblo angolano adora a los cubanos y cubanas que lucharon junto a ellos.
-Poco a poco fuimos tratando de romper esa barrera. Yo soy muy blanca de piel, y por lo tanto era un contraste muy grande. Para ellos, los blancos siempre eran los amos, los dueños.
A mí me gustan los niños, yo los cargo, los beso, los abrazo. Ellos no están acostumbrados que un hombre o una mujer blanca sea cariñosa con los niños. Era imposible para ellos pensar así, pero insistimos en trabajar de esa manera.
Me metí en la sala de niños tuberculosos, porque todos le tenían un poco de temor al contagio, pero en Cuba estamos vacunados y bien alimentados, y no tuve temor. Me puse a trabajar con ellos, y fue fantástico todo lo que esos niños me dieron, la fuerza, el cariño, la ternura.
Había uno que se llamaba Celso, que le quitaba el pañuelo a la madre, y siempre me lo daba. Yo lo amarraba a Celso a mis espaldas y daba vueltas con él por todo el perímetro del Hospital, cada mañana. Eso hizo que el director del Hospital, se pusiera muy bravo conmigo, diciéndome que eso no era correcto. Y le respondí que si eso lo hacía feliz al niño, por qué iba a ser malo, si además también me hacía muy feliz a mí.
En esos momentos Cuba no tenía grandes problemas económicos, ya que existía el campo socialista europeo. Por eso, le escribí a mi mamá, y le pedí que recogiera toda la ropa que pudiera, entre los vecinos, y me la mandara. Efectivamente, llegó una caja enorme de ropa. Pasan los años y no puedo quitarme de la memoria, a Celso, vestidito de traje, con un pantalón corto. Disfruté mucho con su pequeña cuota de felicidad.
También tuve grandes dolores, porque algunos niños se nos murieron. Pasamos dos epidemias de cólera, y muchos llegaban desfallecientes a nuestros brazos, y no podíamos hacer nada por salvarlos. Una vez, una niña llegó caminando a mi lado, la examiné y tenía una anemia profunda, con un gramo y medio de hemoglobina. Le mandé a poner un paquete de sangre, y el técnico se la puso congelado y la mató. No pude sacarla del paro, y eso me marcó para toda la vida, me hizo sentir responsable, yo era la médica y la que le ordené hacer esa transfusión.
-Supongo también que esos dolores la incentivaron a seguir luchando por cambiar este orden injusto.
-Cada uno de nosotros nos comprometimos a luchar siempre para que esas cosas no ocurran, por eso a partir de Angola, fui más atea de lo que era hasta entonces. Si Dios existe, está ciego o no es justo, y entonces no puedo creer en él. Tengo que creer en la capacidad de los seres humanos para tratar de evitar esto. En eso me he convertido, en una mujer cubana, que intenta por todos los medios denunciar estas injusticias donde quiera que estoy, hablar del derecho de los seres humanos a que se los trate con respeto, Creo que una de las cosas más importantes, que muchas personas han olvidado, es que todos podemos tener creencias religiosas y hasta ideologías diferentes, la cuestión es respetarnos. Si lográramos eso, podemos vivir en comunidad, sin fricciones. Hay situaciones que han pasado en nuestra historia, que las olvidamos y las volvemos a repetir con los mismos errores, o peor aún. Hay ejemplos muy claros en Latinoamérica. En México, cuando vamos a las ciudades que rodean las grandes pirámides, nos preguntamos, por qué las personas abandonaron esos sitios. ¿Qué pasó allí? Utilizaron toda la madera que estaba alrededor, para hacer las pirámides, por lo tanto dejó de llover, no tenían agricultura, y tuvieron que emigrar de ciudades enormes, ya que no tuvieron cuidado con su entorno.
-Algo muy parecido a lo que pasa hoy en algunas zonas de nuestro continente.
-Así es. Esto vuelve a repetirse en la actualidad: una de las minas de hierro más importantes del mundo, está en la Amazonía. El hierro es importante, aunque sin él podemos vivir, pero es imposible hacerlo sin oxígeno, y la Amazonía es el único gran pulmón del planeta que nos queda.
Por eso, estoy convencida que cada vez tenemos que ser más solidarios unos con otros, para que nuestros nietos no tengan que sufrir tanto saqueo a la Naturaleza que nos da vida.
-En ese marco de solidaridades, surgió un buen día la Operación Milagro y se extendió por varios países. ¿Cuánto tiene que ver Fidel Castro en esta iniciativa?
-Fidel es el padre de todo eso. Él nos ha educado toda la vida con su ejemplo. A veces nos preguntábamos como hacía este hombre para no cansarse de imaginar solidaridad. Estoy segura que si Fidel tuviera millones, usaría ese dinero para mejorar la salud y el bienestar del mundo entero. Es tal cual.
Una vez, conversando con Chávez, le dije: “Chávez, ayúdanos, porque el tío (yo le digo a Fidel, tío), no se da cuenta, y a veces es como si estuviera desvistiendo un santo para vestir otro, y tampoco puede ser eso”. Le comentaba entonces, que habíamos enviado muchos médicos a Venezuela y también medicamentos. Pero Cuba está bloqueada, y no tiene capacidad económica para seguir produciendo esos medicamentos, sin que regrese a ella algo que le permita volver a comprar materia prima. La atención de los médicos, le decía al Comandante, es gratuita, pero los medicamentos nos cuestan y necesitamos dinero para volver a producirlos. Chávez me respondió que no me preocupara, que con el ALBA todo quedaría resuelto. Y fue así nomás, en que Chávez y Fidel juntos comenzaron a hacer andar este nuevo movimiento de solidaridad entre nuestros pueblos. Se trata de un proceso de gran integración entre países, sin detrimento de nadie, sin menospreciar a nadie. Al contrario, si tú no tienes mi nivel cultural, yo puedo aportártelo. Si tú no tienes la salud necesaria, yo puedo ayudarte. Lo mismo ocurre con el petróleo, que uno tiene y el otro no. Así vamos haciendo que nuestros países tengan un nivel similar. Siempre respetando las diferencias, ya que estas nos hacen crecer. Yo aprendo de los kichuas, de los aymará, son las raíces de mi pueblo.
Pongamos un ejemplo: durante muchos siglos, la salud pública en Cuba ha tenido la influencia de Europa. Cuando venimos a esta parte del continente, comenzamos a trabajar con las poblaciones autóctonas y nos damos cuenta que durante siglos nos han engañado e impuesto cosas que no son nuestras. Todas nuestras indígenas saben que se pare mejor arrodillada o sentada, y no acostada. Eso va contra nuestra fisiología.
-Son años de penetración cultural, que han intentado quebrar los conocimientos ancestrales de los pueblos originarios.
-Tengo otro ejemplo que me ocurrió en Ecuador: un maestro kichua me abrió los ojos de los errores que había cometido con mis propias hijas. La escuela cubana dice que a los 5 años empieza el pre-escolar y en los primeros meses el niño debe aprender algunas palabras, como “mamá”, “papá”, “nené”. Cuando mi hija era pequeña le decía, yo soy la “m”, tu hermanita es la “a”, ¿cómo suena?. Y ella me respondía; “me”. Terminamos en un psiquiatra para ver si tenía algún problema, y el psiquiatra me dijo que el problema era mío.
Conversando con este maestro kichua comprendí que yo estaba presionando a mi hija por una cosa que nos normaban, y que a los niños hay que aprender a respetarlos. Tiene sus tiempos, y si uno no estimula el deseo de aprender, el niño puede negarse a hacerlo, ya que no le interesa, y hay que respetarlo. Tenemos que buscar cosas que lo estimulen a querer aprender. Eso me lo enseñó un maestro indígena, y así infinidad de cosas, que deberían provocar vergüenza por estar de espaldas a esa realidad. Fíjate que este maestro lo único que le exige a los padres para enviar a sus hijos a esa escuela, es que no tengan ni televisor ni computadora en la casa, por lo menos en los primeros años de vida. Y eso es así, por un fenómeno que estamos viendo en la actualidad: nuestros hijos crecen sin saber quienes son, ya que habitualmente no hablamos mucho con ellos, no les contamos cuál es su historia de vida, quienes son sus abuelos, cómo se conocieron sus padres. Y ellos vuelcan su tiempo en la computadora o en la TV. Después, estos niños se hacen jóvenes y emprenden caminos que a veces no nos gustan y los culpamos. Pero en realidad los culpables somos nosotros por no haber comprendido las necesidades de ese muchacho o muchacha que está creciendo.
Una paciente ya operada en el Centro Oftalmológico Doctor Ernesto Guevara, de Córdoba, en el momento en que le retiran la venda. Poco después festejará el poder ver.
-Estamos haciendo esta entrevista en un Centro Oftalmológico que lleva el nombre de su padre, y que está situado en una provincia, Córdoba, muy cara a los recuerdos de los Guevara. ¿Qué opina de esta iniciativa que a través de la Operación Milagro permite que mucha gente humilde recupere la posibilidad de ver y de leer?
-Todo este proyecto surge con el “Yo si puedo”. Empezamos a enseñar a leer y nos dimos cuenta que había una gran cantidad de personas que no se acercaban a estudiar porque no querían. Investigando nos dimos cuenta que lo que ocurría es que no veían. Allí surgió la necesidad de devolverles la luz, no sólo desde el punto de vista físico, sino también intelectual. Lo hemos dicho siempre: para que una persona sea enteramente libre, tiene que ser culta, tiene que saber analizar las cosas que están a su alrededor, para poder tomar una decisión correcta. Así es que comenzó la Operación Milagro a través del “Yo sí puedo”. Le empezamos a devolver la vista a todos los que podíamos operar, de forma gratuita. Hicimos un estudio en el continente, y llegamos a la conclusión que unos diez millones de personas pueden necesitar de esta operación. Y nos pusimos manos a la obra. Ya llevamos casi seis millones, en distintos países del mundo.
Tú hablabas de Córdoba y su implicancia con el lugar donde anduvo mi papá en su juventud. La verdad es que yo no relaciono a Córdoba, a Buenos Aires o Rosario, tanto con mi papá. Lo relaciono sí, con la Patria Grande, con mi pueblo grande. Yo soy cubana, y nos han enseñado que Patria es desde el Río Bravo hasta la Patagonia. Es un deber poder ayudar a todo el que lo necesita. Ojalá nos dejaran hacerlo mucho mejor. Ojalá los colegios médicos no se pusieran tan irritables porque hagamos algo por la gente. Nosotros no queremos quitarles sus clientes, queremos atender a los pacientes. Son cosas diferentes. Ojalá podamos hacer esto no sólo en Córdoba sino en otras provincias, en la Patagonia, acercar este programa a los lugares donde mucha gente que lo precisa, vive. Pienso que es una decisión que tendrá que tomar el Estado argentino en un momento determinado, así como creo que en otra circunstancia tendrá que unirse más dentro del ALBA, porque de alguna forma lo que intentamos es unir fuerzas. Ya nos hemos dado cuenta que el enemigo común de nuestros pueblos es el gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica. De una u otra forma, todo el mundo lo ha visto y sentido en carne propia. Por ejemplo, hablando de Argentina, cuando se planteó rescatar las Malvinas, preguntémonos quiénes estuvieron del lado del pueblo argentino: prácticamente toda la América Latina. ¿Quiénes no respaldaron esa reivindicación y apoyaron a los ingleses?: el gobierno de EEUU.
Por eso se trata de saber cómo vamos a unirnos, a ayudarnos a mejorar nuestras vidas. ¿Se imaginan a Argentina dentro del ALBA? Uno de los gigantes del continente, que puede producir alimentos para nutrir a una décima parte de la Humanidad. Sería algo glorioso, y espero de verdad que este lugar donde nació mi papá, pueda unirse al resto de Latinoamérica desde ese punto de vista y comprenda que lo que tenemos es luchar por un futuro mejor para nuestra gente. Simplemente eso, respetándonos, nada más.
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