Por WILKIE DELGADO CORREA
La libertad y la alegría no serán completas si el sistema judicial o el gobierno no autorizaran el inmediato regreso de René a la Patria.
Hemos debido esperar el paso de un tiempo despiadado, segundos tras segundos, para convertirse en minutos, horas, días, meses y años que forman parte de las existencias de cinco seres humanos que guardan una prisión injusta en cárceles de los Estados Unidos, fundamentalmente debido a la condición de cubanos y a la posición digna que mantuvieron al momento de su apresamiento y durante este largo periodo de trece años, para ser testigos de la liberación del primero de los 5 Héroes cubanos.
Cuando René González salga de su celda para recobrar su libertad el próximo 7 de octubre, cargará sobre sus hombros 6 millones 749 mil y 670 segundos aproximadamente, también llevará sobre su conciencia la convicción de que ese tiempo ha sido un castigo no por un delito cometido por él y sus compañeros, sino producto de una venganza de tipo político y judicial por su carácter de cubano, por la misión antiterrorista que desempeñaron en territorio norteamericano y por el espíritu indomable que mantuvieron frente a sus captores.
En un departamento de la penitenciaria se quitará el uniforme insoportable de prisionero, recogerá su ropa de civil y otras pertenencias. Después recorrerá pasillos, verá y escuchará abrirse las puertas blindadas unas tras otra, y llegará finalmente a la puerta de salida. Durante este trayecto llevará en su mente el mensaje de algunos prisioneros que compartieron con él esperanzas y encierro. Llevará entre pecho y espalda, como un puñal que le atraviesa su espíritu, el dolor que significa la prisión mantenida contra sus otros cuatro compañeros de causa: Gerardo, Antonio, Ramón y Fernando.
Así René observará el exterior de la cárcel, con una mezcla de alegría y tristeza, el paisaje y la presencia de alguna compañía que le espera afuera, y más allá, imaginará en la lejanía conformada por territorio y mar, a los familiares y al pueblo que desearían que su regreso a la patria fuera lo más inmediato posible. Pero sabe con certeza que es incierto el momento en que podrá ser enteramente libre. Ha terminado pues su condena de presidiario, y comienza una extraña condena de rehén del gobierno y el sistema judicial para hacer oficial una encerrona que le impida disfrutar con plenitud la alegría por la libertad alcanzada a costa de un sufrimiento estoico durante su estancia en prisión.
Quienes saben la significación del proceso denominado libertad supervisada no pueden entender que esta figura jurídica, necesaria para las circunstancias de otros presos, que implica una etapa de adaptación y rehabilitación de los ex prisioneros en el medio en que han de vivir y desenvolverse como ciudadanos, sea aplicable al caso de René, pues aunque sea norteamericano por nacimiento, se conoce que René ha vivido la mayor parte de su existencia en Cuba y toda su familia radica en este país. Además, su propósito manifiesto no es permanecer en los Estados Unidos, sino regresar con inmediatez a su patria, y con ello restablecer las relaciones legítimas con sus padres, esposa, e hijos y, en especial, con su verdadero pueblo.
Por tanto, la permanencia de René en los Estados Unidos en libertad supervisada, exigida por la Fiscalía y dictaminada por la jueza Lenard, es arbitraria y vengativa, y pretende, por ahora, mantenerlo durante un plazo de tres años como rehén y con restricciones insoportables en un medio hostil, peligroso y alejado del único lugar seguro, Cubita la bella, y donde realmente podría sentirse feliz después de la pesadilla vivida durante trece años.
Ante esta nueva injusticia se impone redoblar el reclamo para que René pueda regresar en un próximo plazo, y mantener la lucha incesante para exigir de Obama la liberación del resto de los cuatro Héroes, cuya prisión es demasiado larga para esperar por la libertad por extinción de la pena y, en particular, para que en el caso de Gerardo sea acogido su recurso de habeas corpus, y la justicia se imponga trece o catorce años después del fallo despiadado que le condenó a dos cadenas perpetuas y quince años.
Esta causa es demasiado sagrada para los hombres y mujeres de bien de todo el mundo, y es necesario demostrar que no se rinden los valores y principios de los buenos ante la fuerza impía. Hay que continuar dando la batalla como si este fuera el primer día de la lucha por una victoria que es inaplazable. Es necesario derribar los muros blindados de la injusticia norteamericana y los muros de silencio que los grandes medios de occidente han levantado para que la verdad no se propague con la fuerza que amerita y ponga en la picota pública la ignominia y deshonra de la política y del gobierno de los Estados Unidos en los asuntos que son inherentes a Cuba y a los hijos de su pueblo.
Condenemos con fuerza la condición de rehén de René en territorio norteamericano mientras dure un solo día la espuria libertad supervisada.
Reclamemos la libertad del resto de los héroes con un grito de indignación por la bochornosa y deleznable actitud del gobierno y el sistema judicial norteamericanos. Que en todas partes tengan que sentir el repudio de las personas, instituciones, organizaciones y los pueblos y que el desprestigio propio les acompañe como un fantasma que no les deje vivir en paz por ejercer la crueldad como los peores criminales.
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