Por Adriana Vega
Bs. As. 26 de Julio del 2011
Quien esto escribe visitó Cuba por primera vez como turista en el año noventa y uno, cuando se desarrollaba la temporada veraniega de enero en nuestro país. Es tema de otro momento relatar la emoción de esa visita, negada por los años duros de las dictaduras cuando a Cuba no podíamos nombrarla porque corríamos el riesgo de desparecer o morir.
Ya en democracia - Alfonsín había asumido en 1983 votado por gran mayoría - las cosas habían cambiado y nosotros, artistas irredentos de izquierda, fundamos un café arte ideado como los de posguerra, donde cantábamos canciones de Silvio y Pablo, evocábamos a nuestros desaparecidos, respetábamos a los soldados que volvían de Malvinas y nos bañábamos de compañerismo y esperanza. Allí se formó el grupo que hoy sigue unido y aumentado, que conforma la Asoc. Cultural José Martí de Argentina.
Desde este marco, y en memoria del 26 de Julio próximo, traeremos a la memoria una anécdota ocurrida en Santiago de Cuba en ocasión de visitar, con algunos compañeros, la Granjita Siboney, sitio ubicado en Santiago de Cuba elegido como cuartel general para que los jóvenes revolucionarios comenzaran a dar vida a la Revolución.
Acomodados en círculo alrededor del brocal de su patio - el lugar es pequeño, casi inverosímil como cuartel militar - el guía nos relató que allí se guardaban las armas escondidas en su fondo, mientras se esperaba el ataque y el día oportuno. Un dato muy interesante llamó nuestra atención cuando exteriorizó que Fidel Castro había sobrevivido el asalto al Moncada por una serie de casualidades.
Ante una pregunta puntual, relató emocionado una anécdota que significará para aquellos jóvenes revolucionarios, el momento cumbre del comienzo de la Revolución.
Después de fracasar el asalto-contó con voz pausada- Fidel se disponía, ya en retirada, a comenzar la guerra de guerrillas, alzándose en los cerros cerca de la Gran Piedra aquí, en Santiago de Cuba.
El Ejército, lanzado tras ellos, estaba al corriente de que el joven abogado era el jefe de la operación y había dado órdenes de capturarlo y asesinarlo.
La propaganda del gobierno lo anunciaba muerto porque un titular del periódico "Ataja" del día 29 de julio señalaba a toda letra en grandes caracteres que Fidel Castro había muerto peleando contra el ejército", mentira divulgada un día antes de que el líder fuera hecho prisionero y expresada de esta manera:
"En los momentos de editar esta edición, nuestro director Alberto Salas Amaro estableció comunicación telefónica con el Coronel Alberto del Río Chaviano. Interrogado el Jefe del Regimiento No.1 'Maceo', sobre las últimas noticias, declaró que aun se continuaba persiguiendo a pequeños grupos aislados, que el orden en toda la región era absoluto y que habían sido informados por un enviado especial que el Coronel Ugalde Carrillo trabajaba intensamente en el examen de las huellas dactilares y que entre los civiles enterrados sin identificar había caído el jefe de los asaltantes, Fidel Castro".
El bando era muy concienzudo, ya que el oficial encargado de esa captura y que rastreaba la zona, tenía el mote de “Carnicero" y recibió la orden terminante de no capturarlos vivos.
Pero ese mismo día, 30 de julio, "el carnicero" alega un asunto de faldas y le pide al teniente Sarría que lo sustituya al mando de la operación, transmitiéndole la orden de que Fidel debía "morir en combate", y por nada llegar vivo al Moncada.
Fidel y sus dos compañeros, Oscar Alcalde y José Suárez Blanco, exhaustos tras varios días de marchas y privaciones, se habían escondido entre las lomas, muy fatigados se quedaron dormidos en una choza del monte y como era tan considerable la soledad y el cansancio, no establecieron guardias.
Allí mismo los encontró dormidos Pedro Sarria Tartabull, quien conocía a Fidel por coincidir ambos en la Universidad de la Habana, donde el teniente asistía a cursos libres de abogacía como oficial de honor, con pocas perspectivas de carrera por ser pobre y negro.
Los soldados se arrojaron sobre los dormidos, ávidos por lograr distinciones de sus jefes, pero un enérgico Sarria los apartó a pesar de las protestas de la tropa, diciendo "Las ideas no se matan", en tanto le indicaba disimuladamente a Fidel que no dijera su nombre a la milicia porque lo iban a matar ya que era una imperiosa orden desde la cúpula militar.
Y en lugar de entregarlos en el Moncada, los protegió llevándolos a la autoridad civil del Vivac Municipal, porque en el otro destino iban a ser ejecutados, ya que se trataba de un cuartel.
Durante la marcha los interceptó el tristemente célebre comandante Andrés Pérez Chaumont, quien ambicionaba la captura de Fidel para si, y le exigió a Sarria su entrega.
El teniente se resistió alegando que sus órdenes eran llevarlo al Vivac. El sanguinario Chaumont le gritó altaneramente que su carrera había terminado y les permitió proseguir.
Los tres prisioneros con la patrulla de Sarria arribaron a las 11.45 de la mañana, donde los esperaba una numerosa prensa, que fue testigo de que Fidel estaba vivo al ser capturado. En la oficina del vivac ya se encontraba Chaviano, que muy inquieto comentó: "Sarria, me has desgraciado... este hombre no debía haber llegado con vida hasta aquí”.
El interrogatorio a Fidel duró horas y fue de gran trascendencia porque entrevistado por el periodismo explicó que los objetivos del abordaje eran devolver al pueblo la soberanía, librar del desalojo al hombre de campo, brindar atención medica a los enfermos y educación a los niños, cuidar la vida y renovar la política de Cuba.
Chaviano pidió a los reporteros desalojar la sala y manipuló lo que saldría por radio, pero todo el mundo estaba al tanto de que Fidel estaba vivo en manos del ejército, y no podrían matarlo "en combate" como se habían propuesto.
Luego de estos sucesos, siempre le echaron a Sarría en cara la responsabilidad de no haberlos asesinado y lo licenciaron del ejército.
Cuando la Caravana de la Libertad entró a La Habana el 8 de enero de 1959, se integró a la misma con toda su familia.
Acompañado de sus hijos y vecinos, escuchó que Fidel lo llamaba para decirle "Sarría, te hacía muerto" a lo que él respondió "pues aquí estoy".
Fidel y Raúl hablaron con otros oficiales y le expresaron al otrora teniente: “Capitán, hemos acordado ascenderte a Capitán, ¿te parece?… Te ingresamos en el nuevo ejército, ascenderás y serás jefe de la escolta del primer presidente que designe la Revolución”.
En los años siguientes asistió a la Universidad de La Habana y terminó varias carreras de Derecho acumulando once títulos, de ellos seis académicos y cinco universitarios.
A partir de 1964 se enfrentó a un glaucoma que gradualmente le hizo perder la vista y victima de una prolongada enfermedad murió el 29 de septiembre de 1972. Fidel asistió al sepelio y Sarría descansa en el Panteón de las Fuerzas Armadas Revolucionarias.
Imaginamos que al arribar al Parnaso de la Libertad, fue acogido por el Heroico Guerrillero Ernesto Che Guevara, el primero en tenderle su mano para expresarle:
¡HASTA LA VICTORIA SIEMPRE, COMPAÑERO SARRÍAS! ¡SIN USTED, NO HABRÍA REVOLUCIÓN!
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